Una hoja gastada,
un lapicero con poca tinta,
el café más fuerte,
una caja de cigarrillos
y un cenicero para complementar,
para mitigar el sueño,
para hacer fluir el pensamiento.
Un respiro profundo
y es un nuevo día,
el olor a tabaco en mi cuerpo,
el deleite aroma a café
por todos mis huesos.
Sentada,
en una vieja silla de madera
con el cigarrillo en la mano,
viendo la luna brillar
y la gente pasar.
Todos los días es igual,
la misma rutina,
ya hasta me cuesta respirar.
La luna cae
y nada cambia,
los chasquidos de la vieja silla
así como los látidos
de este débil corazón,
cada vez son menos,
se van esfumando con el humo
y uniendo con las cenizas
de mi antiguo cajón,
este pobre corazón.
Esa hoja gastada,
ese lapicero con poca tinta,
ese café,
esa caja de cigarrillos
y ese cenicero,
se convirtieron
en los testigos
de mis noches frías.